«Mi primer juego…» ¡Espera! Creo que puedo escribir un título más largo y menos interesante. Bueno… no, no creo. Pero oye, al menos es bastante conciso. Quien abra el post y espere encontrarse con un video-tutorial de calceta es que no ha leido con demasiada atención. No os preocupéis; si todo va bien pronto empezaré con mis famosos video-tutoriales de calceta, punto de cruz y encaje de bolillos, para deleite de los presentes. De momento voy a someteros al típico post de viernes lluvioso con poco trabajo en la oficina y mucha necesidad de que el reloj avance. Esto es, amigos míos, un repaso personal por el mundo de los videojuegos, echando mano únicamente de aquellos con los que fui descubriendo cada ordenador y cada consola. Por supuesto, esto depende mucho de mi memoria, lo que debería descalificar automáticamente cualquier párrafo de este texto; pero voy a intentar que sea lo más fiel e interesante posible; amenizándolo todo lo posible incluso para el lector más desinteresado.
Sinclair ZX Spectrum
El ordenador más popular de los ochenta era también uno de los más cutres (¡no me peguéis! ¡Recordad la contraportada de muchas cajas! ¡Eran capturas de Amiga!). Su gigantesco catálogo lo convirtió en una máquina tan popular que no conozco prácticamente a nadie que ignore su existencia. Casi todos los que rondamos la treintena hemos puesto las manos en este cacharro de potencia limitada pero infinito valor lúdico y melancólico. En cualquier caso, y dado que mi historia con los videojuegos (en general, no solo en Spectrum) es muuuuuy larga, tengo ciertas dificultades para recordar cuál fue el primer título que probé en tan antiguo cacharro y, por tanto, el primero que recuerdo haber jugado. Puede que me equivoque, pero creo recordar que el afortunado desvirgador se llama Barbarian: The Ultimate Warrior (Palace Software, 1987).
Sí, amigos. A los cuatro añitos ya estaba cortando cabezas virtuales. Nada más satisfactorio que pulsar «atrás + ataque» para que nuestro bárbaro ejecutara un movimiento que, de impactar a la altura del cuello, provocaba la famosa y ansiada decapitación del oponente. Posteriormente el goblin que arrastraba el cadáver del enemigo pateaba la cabeza fuera del escenario, mientras posábamos victoriosos con nuestra espada. Barrio Sésamo, oiga. Curiosamente aún no me ha dado por cortar en pedacitos a nadie ni tengo impulsos viola-gatos. Qué raro… a ver si va a ser mentira todo eso.
Atari 2600
Aquí lo tengo más o menos claro. Al principio solo teníamos dos juegos en la Atari, así que o es uno o es otro. Hablo de Space Invaders (Taito Corporation, 1980) o Pole Position (Namco, 1982). Poco que decir al respecto del primero. No existe rareza alguna en que Space Invaders fuera el elegido para que un servidor empezara en el mundo del ocio electrónico. Seguramente para mucha gente sea el primero que recuerdan haber jugado. Sencillo, adictivo y con unos sonidos inconfundibles, incluso en su versión casera.
Pole Position es la prueba viviente (viejuna, pero viviente) de que mi hermano mayor era el dueño de la consola, hasta que la heredé cuando ya solo quedaba yo jugando con ella en el mundo entero (no os digo más que ya había hasta Playstation; me va lo retro desde hace mucho). También es una clara muestra de sus preferencias, que tardó en contagiarme en cierta medida. Tardé muchos años en aficionarme a los juegos de conducción y deportes por la sobredósis a la que me sometía. Yo siempre he sido de aventuras y acción; y hoy día cada uno sigue más o menos fiel a su camino. Hay cosas que nunca cambian.
Master System y Master System II (SEGA)
Cuando jugué por primera vez a la 8-bit de SEGA, fue desastroso. Primero porque yo solo había jugado con teclado o joystick y, de pronto, me pusieron en las manos un rectángulo con un par de botones y una cosa muy rara que servía para moverse (¡Un mando! ¡Cabrones!). Segundo porque, para una consola que sacaba una paleta de color viva, brillante y contrastada, tuve la mala suerte de descubrirla en un pésimo y diminuto televisor en blanco y negro. No me enteraba de nada y me parecía tremendamente difícil jugar con aquello. Además, se trataba del no-precisamente-fácil Alex Kidd in Miracle World. Un clásico que ya revisé hace tiempo.
Ahora bien, cuando mi señora madre apareció con la irrechazable oferta de proveerme de mi primera consola (quiero decir la primera que iba a ser mía; míiiiia toda ella… ¡Gollum! ¡Gollum!), lo que cayó en mi escritorio no fue sino la versión actualizada de aquella extraña máquina que había podido probar en casa ajena y que me dejó un poco igual que estaba. El pack contenía una maravilla conocida como Sonic The Hedgehog (maravilla si no tomamos como referencia la versión «bestia» para Mega Drive) y, además de estos dos, compré de manera inconsciente y nerviosa un título bastante mediocre llamado Los Picapiedra (¡deberían hacer una serie!).
No soy capaz de recordar exactamente cuál fue el orden de inserción de los cartuchos pero, conociendo mi nivel intelectual y el extraordinario sosiego que siempre he mantenido ante la posibilidad de jugar a algo nuevo, probablemente fue este último. Si no lo fue, sería Sonic o el propio Alex Kidd, que cargaba cuando se encendía la consola sin juego en su interior (¡MAGIA! Bueno, una ROM precargada en el chipset… pero se parece bastante). Cualquiera de estos dos últimos habría sido un buen comienzo para los 8-bit, me diréis que no. Si fue Los Picapiedra, válgame.
Game Gear (SEGA)
Nunca tuve la Game Gear, pero alguien se la prestó a mi primo y pude poner mis zarpas sobre ella un rato largo. ¿Juegos? No recuerdo el orden, pero eran dos: Columns, un buen juego de puzzles que recordaréis sin problemas (si no, buscad en Youtube y diréis: aaaah, éeeesteeee) y Wonder Boy (también conocido como Adventure Island), el juego del niño cavernícola en monopatín que tiraba martillos a caracoles gigantes (creo que está inspirado en una pragmática obra de gran repercusión científica, pero no me hagáis mucho caso). Ambos son buenos juegos, clásicos y excepcionales para ser jugados en formato portátil. Eso sí, con el cargador puesto, que ya sabemos lo que duran las pilas en este cacharro.
Game Boy (Nintendo)
Esta respuesta vale para la gran mayoría de los aquí presentes. Tetris. ¿No es vuestro caso? Pues hay un 50/50 de posibilidades. Super Mario Land. Dos juegazos para quitarse el sombrero y que se nos vea la calva. El mejor y más famoso juego de puzzles de la historia y la versión de bolsillo del mejor y más famoso plataformas de la historia. Así da gusto hacer historia. Ambos en mi poder el mismo día que me regalaron la consola por mi cumpleaños (no penséis que todos mis cumpleaños eran así; estamos hablando de lo que estamos hablando). Los dos cartuchos haciendo turnos en la consola mientras clavaba la mirada en la pantalla con los ojos inyectados en sangre (después descubrí que necesitaba gafas. En serio).
Qué dos maravillas del ocio electrónico, amigos. Qué dos malditas genialidades y qué consola. Game Boy, la consola en monocromo que destrozó a todas sus competidoras con un hardware muy inferior, a base de BUENOS JUEGOS. Una lección imperecedera que la propia Nintendo debería estudiar hoy día en sus ratos libres.
Arcade
Acabamos esta primera parte con mi primera experiencia a los mandos de una máquina recreativa. Desgraciadamente, debo repetir juego. La primera máquina que recuerdo, apostada en un rincón del típico bareto de barrio, es Tetris. Ahora bien, hablo de un Tetris único, algo diferente al de consola. Nada de modo endless. Aquí teníamos que hacer un número de líneas determinado en cada nivel, haciendo frente a dificultades añadidas, no presentes en las versiones domésticas (hasta donde yo sé). Bloques que aparecían de repente; pantallas con poco margen de maniobra y otras marranadas que los programadores introdujeron para acortar la vida útil de nuestra moneda de 25 pesetas. Una maravilla que, pese a su simplicidad técnica, nos hacía ver la diferencia que había entre lo que podíamos tener en nuestro hogar por aquel entonces y lo que encontrábamos en uno de estos muebles. Una diferencia que alcanzaba cotas extraordinarias cuando veías cosas como Cadillacs and Dinosaurs, Golden Axe o Super Sidekicks dando caña en un salón recreativo. Quien me conozca ya lo sabe de sobra, pero para mí el Arcade clásico es otra historia; no puedo vivir sin él.
Hasta aquí la primera parte de este personalísimo repaso a mis experiencias jugonas. Obviamente hay cantidad de sistemas y seguro que jugué momentánea e insuficientemente a alguna máquina raruna en todo este proceso evolutivo que sigo disfrutando muy activamente hoy día (y por mucho tiempo), pero si no las recuerdo con claridad por algo será. Espero haberos traído recuerdos y que hayáis pasado un buen rato. Seguro que todos podéis contar una buena historia muy similar así que, si os animáis, me encantaría conocerla.
Para la próxima clase quiero que leáis el manual de Basic de Spectrum de la página 14 a la 168 y expliquéis con vuestras propias palabras cómo se sacaban créditos gratis cuando el revisor no miraba en los «recre». ¡Hasta entonces, amigos!
Edito: Al comienzo del post menciono que es viernes in the morning; lo era cuando empecé a escribirlo pero no he podido terminarlo hasta ahora por razones que no vienen al caso =) ¡Salud!